martes, 26 de abril de 2011

Salva, flor de almendro

Salva, flor de almendro



Me dirigía a un recital de poesía que esa tarde se iba a celebrar en la ciudad, cuando me encontré con la manifestación. He de confesar que no tuve que hacer ningún esfuerzo para troncar mi intención lírica en compromiso social (''maldigo la poesía concebida como un lujo, cultural por los neutrales...'') y sin esfuerzo, me sumé a la reivindicación ciudadana, seguramente justa.

Allí estaba Salva, un viejo conocido, luchador de barrio, que piensa que por vivir en democracia, y justamente por eso, no se puede ni se debe justificar las desigualdades y que todavía, el muy ingenuo, cree que el mundo puede organizarse de otra manera.

Nos saludamos e iniciamos una de esas socorridas conversaciones metereológicas. Empecé mis observaciones sobre el clima, celebrando que, en un arrebato poético, acompañé con cierta preocupación por el futuro de los almendros, ya florecidos, si en el mes de marzo, cómo sería natural, se nos viene alguna helada.

Salva, también conocido como ''El Tosco'', me colmó explicándome que no existía ese peligro para los almendros, que son árboles de flor temprana y que para el mes de marzo habrían cuajado. 

Entonces me contó una historia de los tiempos de Califato de Córdoba. Me contó la historia de aquel mandatario árabe de Sevilla que siendo grande su poder, pero no suficiente como para hacer que nevara en los campos sevillanos, ordenó que sembraran de almendros una gran explanada ante la ventana de su esposa favorita para que al florecer éstos, su amada pudiera ver satisfecho el deseo de contemplar la nieve al asomarse a las frías mañanas de invierno. Y las flores de almendro, metáforas de copos de nieve, resistían el frío andaluz casi agradecidas, porque ya estaban cuajadas. 

Esto es lo que me contó Salva. Y poco importa si los almendros flrecen antes o después. Yo me fuí al recital de poesía, tal y como era mi intención primera, con el convencimiento de que esa tarde iba a resultar difícil superar el lirismo de aquel encuentro casual.




Ramón Bueno

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